Nuestro futuro en la Misión

Nuestro futuro en la Misión

Después de escuchar a muchos formular la pregunta ¿tiene futuro la misión? me atrevo a proponer que la pregunta puede ser mejor formulada si hablamos de “nuestro futuro en la misión” porque el futuro de la misión, siguiendo una línea bíblica sólida, no está en juego. El futuro de la misión es de Dios porque es Su misión (missio Dei). Nosotros, por su gracia, hemos sido invitados a ser parte de su plan como agentes de salvación, pero los resultados al final de la historia están en manos del Dios del universo. Así que, si la pregunta se presenta de esta manera abre entonces un abanico de oportunidades a la reflexión y a la consecución de ideas y propuestas en cómo seguir adelante con la responsabilidad que tenemos desde quiénes somos, y cuál es nuestro contexto y realidad.

En mi perspectiva, para responder a la pregunta ¿cuál es nuestro futuro en la misión? es imprescindible tener en cuenta tres elementos a la hora de intentar descifrar qué está pasando, y que pasará con la obra misionera a corto, mediano y largo plazo. Estos tres elementos son: a) el modelo cristológico en la misión como modelo de todos los tiempos y bajo todas las circunstancias; b) la apertura al impulso y liderazgo del Espíritu Santo como el director de la obra misionera en estrategias, tiempos y detalles; c) el discernimiento de contexto y momento como escenario permitido por Dios (Soberano) en las diferentes épocas de la historia de la humanidad.

En este sentido, las palabras dichas por el Dr. Samuel Escobar en una entrevista, donde hablaba sobre el futuro de la misión después del congreso de Lausana en el año 2010 en Cape Town, son muy atinadas: “En mi caso me referí a los planes humanos y las sorpresas divinas en la misión cristiana. Los planes cuidadosos y detallados de Edimburgo 1910 resultaron improcedentes ante las dos guerras mundiales, los totalitarismos de derecha e izquierda, y el fin del colonialismo europeo. La neta distinción que Edimburgo sostenía entre “países cristianos” y “países no-cristianos” al definir la misión, perdió sentido ante la rápida paganización de Europa. La gran sorpresa en esas décadas iniciales del siglo veinte fue el surgimiento del movimiento pentecostal, nacido en el mundo de la pobreza y marcado por una apertura a la obra del Espíritu Santo y un gran celo evangelizador”.

Muchos dicen que vivimos un momento en el mundo sin precedentes, mientras otros arguyen que ya hemos pasado por varias pandemias en la historia de la humanidad. En todo caso, desde una perspectiva sociológica-científica, no es posible construir una comparativa directa entre las catástrofes anteriores y la actual. Esto, debido a que los contextos y el desarrollo humano son totalmente diferentes y, por lo tanto, las expectativas sobre la actuación y el resultado frente a situaciones como la pandemia COVID-19 deberían ser también diferentes.

Entonces esto nos deja frente a la encrucijada de no tener un mapa u hoja de ruta para proponer planes hacia adelante. Es muy complejo intentar definir, de primera mano, lo que se podría o no se podría trabajar en la misión debido a que estamos viviendo en la etapa denominada: “incertidumbre”. Muy pocos se atreven a presentar sugerencias o propuestas hacia el futuro inmediato porque estamos navegando en el día a día y esperando encontrar un punto de referencia, o punto arquimédico, que nos permita visualizar y proyectar el futuro. Hasta este momento, es el camino por donde está atravesando la misión.

Otro de los grandes desafíos para la construcción de un plan de acción misionera hacia el futuro, se centra en la necesidad de estar batallando con el diario vivir. Los golpes asestados a la misión en áreas como la económica, la vida en comunidad, la cercanía con la sociedad, la soledad de los misioneros, entre otras, no da mucho lugar a los agentes involucrados en el proceso misionero para pensar en los pasos siguientes. Según el último informe de las agencias e iglesias enviadoras presentado por COMIBAM respecto a la crisis del coronavirus, muestra que la lucha para mantener el sustento económico a los misioneros en el campo está siendo muy fuerte. La pérdida de poder adquisitivo por parte de las iglesias, debido al cierre de sus cultos por ordenanza gubernamental, ha hecho que los ingresos bajen dramáticamente.

Por otro lado, la multitud de voces provenientes de un sinnúmero de contextos y latitudes ayuda a fomentar, en cierta medida, un desconcierto en algunos actores del proceso misionero (iglesias, organizaciones, misioneros, etc.). En este momento, en la vitrina de la especulación se pueden encontrar discursos apocalípticos de toda índole, desde los más conservadores hasta aquellos que solo llaman al miedo y a la confusión. También tenemos voces que hacen un fuerte llamado a proseguir con urgencia en la tarea evangelizadora, muchas veces llegando de nuevo a rayar con el activismo al que precisamente, con permiso divino, se le ha puesto una pausa por la crisis actual.

Gracias a Dios también hay voces de un grupo que llama a la quietud, la búsqueda personal de Dios y la reflexión seria y profunda de Su Palabra. Es muy importante para la misión ser capaces de entender el corazón de Dios en medio de este tiempo para poder descifrar las circunstancias que estamos viviendo y, por ende, las acciones que debemos emprender “estar en quietud no significa estar quietos”. Esto habla de una actitud de espera en la presencia de Dios y en la revelación de Su voluntad. Es esa espera obediente de aquellos que quieren seguir siendo el pueblo que sigue instrucciones, y que no solo echa mano de sus propias habilidades para intentar salvar un plan, que a sus ojos, parece que está naufragando.

Por lo tanto, me atrevo a proponer que no estamos frente al fin de la misión, como la hemos conocido, sino frente a una nueva etapa que, como lo muestra la historia de la misión, sirvió siempre como trampolín impulsor para generar reflexión y cambios en lo que se venía haciendo. Estos ciclos han sido permitidos siempre en la historia de Dios en su trato con el hombre.

Desde Génesis podemos ver que Dios confinó todo a un ciclo de vida, regeneración y renuevo, que sería primordial para la vida misma y el cumplimiento de los diferentes propósitos. Gracias a Dios por el día y la noche que nos ayudan a recuperar fuerzas, y a restaurar visión y propósito. No en vano el profeta exclamó: “¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana” (Lamentaciones 3:22-23 NTV), recordándonos esos ciclos o etapas de renovación en la gracia de Dios.

Es tiempo para restaurar, regenerar, renovar, refrescar y por qué no reavivar el fuego misionero, el entendimiento para una nueva época y momento, la estrategia contextual a nuestra latitud, las diversas y nuevas formas de hacer misión, la aceptación de las equivocaciones del pasado, la necesidad imperiosa de unidad y no competencia y tantas otras que deberían venir a nuestra mente cuando nos vemos enfrentados a un desafío que nos supera totalmente como el actual. Viene a mi mente el tiempo entre la muerte de Jesús y el Pentecostés. Un tiempo de terrible dolor y gran incertidumbre para los discípulos que pensaron que todo había terminado. Esos cincuenta días sirvieron para orar, reflexionar, recordar las palabras y los hechos de Jesús; y esperar el pistoletazo de salida a su “nueva realidad”. “Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: «No se vayan de Jerusalén hasta que el Padre les envíe el regalo que les prometió, tal como les dije antes” (Hechos 1:4 NTV).

Así que con mucha humildad, y un poco de locura, me atrevo a proyectar “nuestro futuro en la misión” sin centros de poder y control a nivel mundial, pero tampoco a nivel local, con una descentralización mucho más agresiva a nivel organizacional, estratégica y metodológica; un regreso a la sencillez y al trabajo orgánico que nos mantenga en equilibrio respecto a los megaplanes, las grandes estadísticas y los sobreénfasis en algunos lugares de la tierra. Además, preveo que nuestro futuro en la misión pasará por el fortalecimiento de las redes fraternales, y no tanto de trabajo, que nos ayuden a enfocarnos en una obra misionera más personal que masificada. El llamado “distanciamiento social” nos obligará a colocar de nuevo a la “persona” en el centro de nuestros programas, haciendo que el discipulado personal tome una alta relevancia en la tarea de mostrar a Jesús como Salvador.

No puedo visualizar nuestro futuro en la misión haciendo grandes planes a largo plazo como antaño, sino más bien caminando con cautela de la mano de Dios y proveyendo metas y objetivos a corto y mediano plazo; viviendo el día a día con una actitud analítica y reflexiva, y estando atentos a esas puertas “sobrenaturales” que Dios va a ir abriendo mientras caminamos: “mientras van yendo…” (Mateo 28:18). La misión seguirá siendo global pero la estrategia de desplazamientos y viajes cambiará, obligándonos a encontrar nuevas vías para seguir presentes en todas las naciones. Así que, es un buen momento para traer a memoria las palabras de Jesús: “Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mateo 28:20b – NTV).

Escrito por Jesús Londoño Toro

1 comentario en “Nuestro futuro en la Misión”

  1. Gracias, Jesús, por compartir esta valiosa y profunda reflexión. Perdóname que yo no lo haya comentado hasta ahora. Aprecio mucho tu llamada a la espera activa, la quietud, la mirada expectante a lo que Dios está fraguando en el caos y ruptura. Irónicamente veo dos vertientes contrarias–la recuperación de la persona en nuestra misión y el discipulado personal y por contraste el acercamiento obligado digital o por pantalla. La digitalización de la misión es algo que no contemplas en el escrito, pero es una parte inexorable de la «pesca» de almas. La buena semilla se siembra también de forma más anónima o masificada o a la carta (como menú) que nunca. No es que prefiero. Estoy pez en esta área, pero la pandemia nos exige despegarnos del modelo templo y mega-iglesia presencial. ¿Qué opinas?

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